Mara Torres: "Escribo diarios de todo desde los nueve años"




"Tras ser finalista del Planeta con ‘La vida imaginaria’, tuve un año de promoción muy intenso. Y curiosamente terminó en Zaragoza en un club de lectura de Ámbito Cultural. Fue muy bonito porque la última pregunta que me hizo una lectora fue una chica de gafas de pasta, que dudaba. Dijo: “Me he sentido tan emocionada con tu libro que necesité desprenderme de él en un banco del parque. Y me quedé esperando a que la gente se lo llevara. La gente lo abría, lo veía subrayado y lo volvía a dejar en su sitio. Lo dejé una noche entera y al día siguiente ya no estaba", dice Mara Torres (Madrid, 1974), que presentó en Zaragoza su segunda novela: ‘Los días felices’ (Planeta).

¿Cómo continúa la historia?

La joven preguntó: "¿Por qué ha llamado al personaje, Beto, que es como se llamaba mi novio, y que ya no lo es?". Y yo le dije: "Porque estaba hablando de ti". Se estremeció y sonrió. Tuve muchas emociones con esa novela. Dije en Planeta que no tenía más libros en el cajón, que lo único que llevo son diarios. 

¿Escribe diarios? 

Sí. Desde los nueve años. Cuando hice la primera comunión, me regalaron uno pequeño y lo guardé en un cajón. Luego me regalaron un perro, que era lo que yo más deseaba en el mundo, y ese día no solo lo conté a los cuatro vientos, sino que necesité escribirlo: "Hoy me han regalado a mi perro Thor, un pastor alemán". 

¿Cuántos cuadernos tiene y qué ha ido contando, qué cuenta? 

Tengo muchos y lo cuento todo. Me hace gracia leerlos, repasarlos. En el diario se habla, sobre todo, de lo que imagino. He sido muy enamoradiza de amores platónicos. En el instituto estuve locamente enamorada de un chico con el que nunca hablé… Y le era fiel. Solo me gustaba él. Anoté en el diario: "Hoy me ha dicho hola. Soy feliz". Luego estuve enamorada de otro chico con moto y reconocía el run run run de su Puch Cóndor a dos kilómetros.

Entonces, ‘Los días felices’ no tiene nada que ver con usted... 

Quería hablar de un personaje que no tuviera que ver conmigo. He trabajado mucha la voz narrativa porque quería que la tercera persona que uso estuviera muy cerca de la voz de Miguel Martín, el protagonista, ese hombre que se enamora de Claudia y que se reencontrará con ella cada cinco años. Las reflexiones de Miguel se meten en el texto sin que haya signos de puntuación por medio. Y eso permite empatizar mucho con Miguel Martín: creo que sientes su felicidad y su tristeza. 

Resulta raro, y doloroso en el fondo, que los protagonistas estén tan cerca y tan lejos… 

Miguel no es un personaje valiente ni tampoco es cobarde, no es héroe ni antihéroe. Es normal. Normal. Es muy fácil decir: si yo veo entrar la infelicidad por la puerta me voy por la ventana, pero no lo hacemos. Miguel se queda esperando a ver qué pasa. 

Miguel está enamorado de Claudia y casi firma un pacto contra la pasión que le propone ella. ¿No se condenan a la desdicha? 

No creo que sea la desdicha, sino más bien al deseo aplazado. Es una novela del dolor, sí, pero para explicar la relación hay una parte en la que Miguel dice que ser amigo de Claudia le protege, le produce «una delicada inmunidad». No será él quien la bese pero, en caso de que todo se torciese, tampoco la haría sufrir. El libro es un homenaje a la amistad: a la de Claudia y Miguel. 

¿Claudia es su gran amiga o su gran amor? 

No nos engañemos: es su gran amor. Y al quedarse colgada en la línea del tiempo, porque no se hace realidad la pasión, acaba siendo la isla de refugio de Miguel. La novela habla de la belleza de las cosas que están por suceder porque los amores platónicos pertenecen al mundo de las ideas, y al no hacerse reales, no se gastan, no sufren el óxido del tiempo.