Un Día de Marzo (Relato de Mara Torres).


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Entró en la panadería con prisa. A Matilde se le había echado la mañana encima, los niños estaban a punto de salir del colegio y, antes de recogerles, tenía que subir a empanar los sanjacobos y organizar la merienda para las extraesccolares. Le pidió a Rosaura dos barras y un rosco, metió el pan en el carro de la compra y se marchó pitando. Cuando la vio salir por la puerta, Rosaura pensó que qué mujer, que no sabía cómo lo hacía. Después de cuidar a sus cuatro hijos tirando de un negocio familiar que le había dado unas cuantas alegrías y muchos disgustos, ahora a Matilde le tocaba criar a los nietos. Rosaura suspiró, miró el reloj de pared y, viendo que era la hora de cerrar, colgó el delantar, recogió su bolso y enfiló la calle de la parada del autobús.

En el trayecto se cruzó con Beatriz, que vivía en el portal de al lado de la panadería y regresaba de la facultad. Se saludaron con un gesto y mientras sacaba las llaves de casa, Beatríz pensó en Rosaura. Con la familia al otro lado del charco, se levantaba cada día a las tres de la mañana para encender el horno de la panadería y enviar a fin de mes el dinero del sueldo a los suyos. Y ni el contrato eventual ni la habitación en el piso compartido ni los ocho meses que llevaba sin ver a sus hijos le habían borrado la sonrisa. "No sé cómo lo hace", suspiró Beatriz.

Al entrar en el rellano del portal se encontró con Valeria, que salía del ascensor con el abrigo y la maleta. Beatríz le preguntó por curiosidad dónde viajaba esta semana y Valería respondió que esta vez tenía suerte, que sólo eran tres días en Bruselas, en un encuentro que había organizado la Fundación de su compañía. Beatriz le deseó un buen viaje y Valería cogió un taxi para que la llevara al aeropuerto.

Durante el vuelo Valería pensó en Beatríz. Tras un divorcio complicado, había decidido volver a matricularse en la facultad y por las tardes cosía en casa para una modista que diseñaba vestidos de novia. Los fines de semana cuidaba de su padre, que había enviudado hacía dos años y empezaba a tener problemas de memoria. "Qué mujer... -se dijo Valería apoyando la cabeza en la ventanilla-. No sé cómo lo hace".

Llegó directamente del aeropuerto al centro del convenio, saludó a los periodistas acreditados y repasó la extensa lista de ponentes que iban a participar durante la jornada. Había investigadoras, ingenieras, políticas, líderes tribales, agricultoras, escritoras y defensoras de los Derechos Humanos, pero, de entre todas ellas, a Valería le había llamado la atención el caso de Emilienne Bindzi, que se había convertido en la primera mujer mecánica de coches de su país, Camerún. Cuando llegó la hora de su ponencia, Valeria la vio subir al escenario y las cámaras que retransmitían el encuentro empezaron a grabar.

Matilde terminó de dar de comer a los chicos, recogió la cocina y se sentó un rato en el sofá para relajarse un poco antes de acostarse. Encendió la televisión y, mientras esperaba a que comenzara la serie que la tenía enganchada desde hacía tres semanas, atendió a las noticias del informativo que llevaba un amplio despliegue por el Día Internacional de la Mujer. Escuchó hablar a Emilienne. La miró atentamente. Negra, africana y mecánica de coches. Matilde suspiró, se echó la manta de cuadros sobre los pies y pensó que qué mujer, que, la verdad, no sabía cómo lo hacía.

Fuente: Revista Elle (marzo de 2014).