Mara Torres: “Si nadie te dice qué es lo que está pasando, tú no vas a hacer nada para cambiarlo”

Mara Torres (Madrid, 1974) me recibe en su casa. Nada más abrir la puerta destila naturalidad, simpatía y humildad, lo mismo que cada noche, cuando es ella la que entra en los hogares de cientos de miles de personas a través de La 2 Noticias, el informativo que presenta desde hace siete años. O lo mismo que desprenden las páginas de su primera novela La vida imaginaria, una historia de amor –o de desamor– finalista del último premio Planeta y que también ha conquistado a miles de lectores.

Durante la entrevista hablamos de muchos temas, pero hay una idea que se repite varias veces: la libertad. A Mara, creo, le gusta ser y sentirse libre. Disfruta de Extremoduro o de Chavela Vargas por eso. Le gusta trabajar en La 2 Noticias porque puede ejercer su profesión –periodista– en libertad. Se indigna con casos como el de Liu Xiaobo o las Pussy Riot porque están en la cárcel por ser libres. Ha viajado a Benín, en África Occidental, y se ha maravillado por muchas cosas, pero sobre todo por el espíritu libre de sus gentes. “Somos otros los que les ponemos las cadenas”, asegura.



Mara Torres en un momento de la entrevista © Eva Torres
¿Por qué tu novela empieza con dos versos de Extremoduro y se cita una canción en el texto?
Descubrí a Extremoduro tarde, con La ley innata. Me gusta porque habla de cosas que uno siente sin pretenderlo. No intenta hacer poesía y Robe, sin embargo, es el gran poeta de la calle. Es un tío libre y empatiza con muchos otros por eso. Su música te lleva a mil lugares. Parecía que había escrito mi novela para esos versos o había encontrado esos versos para presentar mi novela: “agarrado a la cola del viento me siento mejor [...]”.

En uno de los diálogos de La vida imaginaria la protagonista habla de la falta de conciencia social en España, ¿estás de acuerdo?
La novela está escrita al principio de la crisis, en 2010. Cuando la gente tomaba conciencia y empezaba a movilizarse. Era cuando empezábamos a oír que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, cuando nos querían hacer creer que somos nosotros los culpables de la crisis económica. El tiempo ha demostrado que no hemos sido nosotros, que ha sido una mala gestión, un mal enfoque o la consecuencia de un sistema capitalista que apuesta por un consumo exacerbado y donde tú eres lo que tienes.

El momento cumbre de tu novela es cuando Beto le cuenta a Nata la verdad de por qué la dejó. ¿Hay alguna buena manera de dar malas noticias?
La verdad duele pero es mejor que te la cuenten. Aunque se pueda suavizar, al final la verdad acaba saliendo. La verdad te abre los ojos. Pero hay una manera de dar las malas noticias: tratando de no dramatizar. 

En La 2 todo el equipo lo tiene claro. No hacemos sensacionalismo. Contamos las  cosas, por ejemplo de África, pero no queremos sacar sólo conflictos, guerras, armas, violencia. África también vive, respira, se levanta, juega al fútbol, conversan unos con otros. Queremos dar también esa cara. En La 2, por norma, no mostramos cadáveres. Hay un componente sensacionalista ahora en los medios que lo quieren enseñar todo muy rápido y cuanto más crudo mejor. Sin embargo, eso en el espectador puede crear una insensibilización. ¿Tendríamos que haber enseñado todos el cadáver de Gadafi? Yo creo que hubo una recreación excesiva.

Presentas el informativo más laureado y, probablemente, más crítico de la televisión actual. ¿Sientes presión por ello?
Es un privilegio estar donde estamos. La hora del informativo nos permite contar las cosas de otra manera, porque todo el mundo ha visto ya las noticias del día. Estamos en La 2, una cadena que apuesta por una información concienciada. 
El periodista tiene muchísimas labores, pero la fundamental es contar las cosas que pasan en el mundo que de otra manera no se conocerían. En ese abanico inmenso de cosas que pasan están las injusticias y dar voz a los que no tienen voz, porque eso es lo que hace que el mundo cambie. Ése es el papel tradicional del periodista. No tiene que contarlo sólo de la otra parte del mundo, sino también de la calle en la que vive. Si nadie te cuenta que está pasando eso, tú no vas a hacer nada por cambiarlo. Es el papel  también de Amnistía Internacional.

En tu novela, la protagonista acude a una manifestación con su grupo de amigos. ¿A cuántas manifestaciones has ido últimamente?
En la primera concentración del 15-M fui con mi padre a la Puerta del Sol. Al primer grito de la sociedad, aparecimos allí y me pareció que todo lo que se estaba cuajando era muy importante y que iba a tener su repercusión. Las consecuencias que tenga a largo plazo el movimiento de los Indignados ya lo veremos. Era la primera vez en que, sin que nadie ordenara que había que salir a la calle, ni de un lado ni de otro, la gente decidió salir a decir que estaba harta.

Siempre nos preguntamos si las manifestaciones sirven de algo, ¿tú qué opinas?
Sí, sirven. Es una llamada de atención muy poderosa. Primero a la clase política para decirles que no nos gusta lo que están haciendo, para que tomen conciencia de que se están equivocando. Y en este caso ha sido también una llamada de atención a la banca. Nadie se metía con los bancos en nuestra sociedad. Nadie les culpaba de las consecuencias de la crisis. El tiempo ha demostrado, cinco años después de que estallara la burbuja, la responsabilidad que tienen.

¿Te acuerdas de cómo conociste Amnistía Internacional, algún reportaje que hayáis hecho o alguna campaña que te llame especialmente la atención?
De Amnistía Internacional he oído hablar siempre. En La 2 Noticias hicimos el especial del 60 aniversario de la Declaración de Derechos Humanos [2008]. Recuerdo que salía Stéphane Hessel, que era el único superviviente de la redacción de aquella declaración y fue un reportaje muy bueno.

Ahora, de Amnistía, me llaman la atención la campaña sobre vivienda o el trabajo sobre libertad de expresión, igualdad entre hombres y mujeres, educación, sanidad. Lo bueno que tiene Amnistía es que pelea por los derechos humanos que nos afectan a todos; y a todos es lo que ocurre en la India y lo que pasa enfrente de nosotros. 

Hemos lanzado una nueva campaña MUJER TENÍA QUE SER y debajo aparecen los nombres de algunas mujeres que han destacado en diferentes áreas, como Virginia Woolf, Shirin Ebadi, Clara Campoamor... ¿Qué nombre añadirías tú?
Me gusta que esté la adolescente Malala, tiroteada por los talibanes por defender la educación de las mujeres. Es el ejemplo de que nos quedan muchas cosas por cambiar. Que una niña como ella haya revolucionado toda su sociedad es un gran ejemplo. Que el mundo hable de ella me parece que hay que tenerlo en cuenta. Y me gustaría que estuviera Chavela Vargas. Vivió con libertad. En una sociedad como la mexicana, cantando rancheras y haciendo con su vida lo que quiso. Sin miedo.

Estuviste hace meses en Benín en un viaje con una ONG. ¿Qué te pareció la experiencia?
Muy enriquecedora y tengo ganas de volver. África es mucho más que lo que aparece por televisión. Sus colores, sus matices... Por supuesto que hay conflictos y desigualdades, pero desde luego, si  Occidente le quita sus recursos, le reordena sus tierras, especula con lo que es suyo... el progreso es más difícil. Es un continente con mucha fuerza. Yo creo que es el continente de este siglo o del que viene.

A África hay que ir aunque no vayas con un proyecto, para conocer a la gente, su riqueza y su hospitalidad. África está llena de personas libres. A nivel personal no tienen cadenas. Rinden sus cultos, viven implicados en la naturaleza, tienen respeto a sus ancestros, a sus mayores, sus tradiciones, su música, su cultura, sus relaciones personales... Es una sociedad formada por personas libres. Las cadenas se las ponemos otros. Ojalá nos trajéramos ese espíritu cuando volvemos a casa.

Fuente: entrevista a Mara Torres realizada por Amnistía Internacional http://www.es.amnesty.org/